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TRABAJADORES PUBLICOS DEL PS MINISTERIO DE EDUCACION

CLODOMIRO ALMEYDA

Clodomiro Almeyda Medina: Teoría y Praxis

 La historia muestra que toda organización, institución o agrupamiento de personas, con cierta permanencia en el tiempo, tiende a generar procesos sociológicos que culminan con el surgimiento de personajes que influyen fuertemente en la construcción de su identidad, en la definición de sus propósitos colectivos, en la elaboración de estrategias de posicionamiento frente a otras entidades, en la construcción de comunidad a la que se aspira y en el tipo de perfil que estas organizaciones adquieren frente a los miembros de una sociedad. 

En tal sentido, toda organización social, cualquiera sea su naturaleza y sus fines, surge en un determinado contexto histórico y obedece a una cierta forma de construcción socio-cultural. En otras palabras, toda organización de la sociedad expresa y de algún modo refleja -en su proyecto histórico, en su forma de organización, en los principios y objetivos que guían su accionar, en las formas en que se relacionan sus miembros, en los vínculos que buscan construir con la sociedad- las características históricas y rasgos culturales de la sociedad de la cual emerge.

 

Los continuadores del pensamiento de Carlos Marx han desarrollado latamente la relación dialéctica entre teoría y praxis; insistiendo en que no es posible lograr transformaciones significativas en la realidad si la reflexión teórica o el pensamiento avanzado no son llevados a la práctica, a través de las conductas y de las acciones de quienes las producen, profesan o comparten. Además, sostienen que se requiere de organizaciones con liderazgos nítidos, representativos y con gran capacidad para articular, movilizar y direccionar tales conductas en función de ciertos objetivos.

 

De ahí entonces que aquellos personajes que se transforman en los artífices, líderes y/o arquitectos de estas organizaciones suelen, en la mayoría de los casos, caracterizarse por poseer capacidades especiales para captar y transformar en palabras sencillas los rasgos propios de una sociedad y de su cultura, por convertir en relatos aspiracionales y movilizadores sentimientos y anhelos de distintos sectores sociales, y a la vez, de construir condiciones e instrumentos para canalizar tales aspiraciones y movilizaciones hacia sus propósitos y fines. 

 

Esos hombres o esas mujeres, los llamados egregios o los que Bertolt Brecht denominaba los “imprescindibles”, son los que con sus pensamientos, sus prácticas y comportamientos sociales se convierten en protagonistas, y por tanto, desde su cotidianidad contribuyen a hacer la historia de las organizaciones, y por extensión de sus conductas y consecuencias, a influir en la propia historia de los pueblos. Esos hombres y esas mujeres suelen ser recordados con especial atención o elevadas a la condición de lideres.

 

Clodomiro Almeyda fue uno de esos personajes de la historia y de esos líderes políticos que en el transcurso de su vida imprimió vigor y temple ideológico, fortaleza y unidad orgánica, racionalidad y coherencia política, como también, vocación de servicio público, amistad cívica, credibilidad y responsabilidad política a su partido, a la actuación de sus dirigentes y militantes, y en general, a la política chilena. Por más de cincuenta años Almeyda contribuyó a la formación doctrinal y política de numerosas generaciones de jóvenes.

“Don Cloro”, como lo llamaban cariñosamente amigos y adversarios, contribuyó también significativamente a generar condiciones para que las fuerzas democráticas lograran derrotar a la dictadura e inaugurar en el país un nuevo período político, cuyo objetivo sería entre otros la normalización democrática, la construcción de la justicia social y de búsqueda de la equidad en Chile.

 

Al cumplirse una década desde su fallecimiento, ocurrido un día 25 de agosto de 1997, Don Cloro y su legado humanista forman parte ineludible e insoslayable de la historia de su partido y de la política del Chile de los últimos sesenta y cinco años.

 

Una breve revisión de los aspectos más sobresalientes de su legado permite dimensionar adecuadamente el liderazgo político que alcanzó y la influencia democrática que continúa ejerciendo sobre distintos sectores de la clase política, del mundo académico y de las ciencias sociales.

 

Su legado democrático: Durante toda su vida concibió al socialismo chileno como una forma de organización política y de gestión social avanzada y profundizada, en que la democracia y sus instituciones se fortalecerían en la medida que fueran perneadas por la participación permanente de los más amplios sectores del país. Defendió el sistema democrático en cuanta tribuna nacional e internacional existía. Tenaz opositor al régimen militar y uno de sus principales desafiantes. En marzo de 1987 ingresa ilegalmente a Chile, reclamando el derecho a vivir en su patria. Este gesto de valentía democrática inigualable lo transformó en un líder indiscutido, convirtiéndose en la única persona natural que fuera condenada por el desaparecido Art. N° 8 de la Constitución autoritaria de 1980. Siempre buscó el más amplio entendimiento político entre las fuerzas democráticas y fue gestor relevante en la conformación y desarrollo de la actual coalición de gobierno. Hasta el momento de su muerte no descansó en su lucha por hacer más democrática, representativa y participativa la institucionalidad heredada de la dictadura militar. Sin duda que fue un demócrata ejemplar y un dirigente de su tiempo.

 

Su legado ideológico: Desde el momento de su incorporación al PS se preocupó por solidificar sus conocimientos sobre marxismo y sobre la democracia. Se dedicó permanentemente a la elaboración ideológica y política, procurando ligar teórica y operacionalmente los postulados del humanismo marxista y los principios de la democracia occidental. El rigor ideológico de Don Cloro permitió dotar a su partido de un cuerpo doctrinal siempre actual, en transformación constante y sujeto al devenir sociopolítico de su país. Entendió tempranamente que los principios marxistas no constituían en ningún caso esquemas rígidos ni menos autoritarios, que los trabajadores lejos de ser un mero recurso discursivo emergían como los principales agentes de los cambios y de las transformaciones sociales. Junto a otros pensadores del socialismo chileno perfiló a nivel latinoamericano a su partido como una entidad popular, de fuerte raigambre social y esencialmente democrática, capaz de asumir la conducción de los procesos de transformación que el país y su gente requería. Su sólida formación ideológica no sólo la volcó a la formación de la juventud de su partido, sino que también hacia el mundo social, político y académico. Nadie discute que el socialismo democrático libertario chileno debe en gran medida a Don Cloro su actual vigencia y viabilidad. La idea de un pluralismo ideológico siempre orientó sus pensamientos.

 

Su legado político: Don Cloro mostró gran habilidad política para articular acuerdos y construir consensos, tanto al interior de su propia colectividad política como fuera de ella. El pluralismo, la tolerancia y la unidad de la clase trabajadora fueron su norte permanente. En momentos difíciles supo mantener con firmeza sus ideas y sus planteamientos políticos, aunque ello significara ganarse incomprensiones, adversarios y hasta enemigos. Fue uno de los  arquitectos de la política chilena de la segunda mitad del siglo XX y bregó toda su vida por la construcción de mayorías estables y de clara inspiración ideológica a favor de los más vulnerables. Privilegió siempre la unidad de los trabajadores y de los partidos del pueblo antes que avanzar hacia el entendimiento con otros sectores. El golpe de Estado de 1973, la vida en el exilio, la diáspora de la Unidad Popular y la diversidad de estrategias opositoras existentes, excluyentes entre sí muchas de ellas, lo llevó a buscar acuerdos con las fuerzas políticas inspiradas tanto en el humanismo cristiano como en el humanismo laico. Su visión sobre la política, el valor que le asignaba a los compromisos adquiridos y su habilidad y capacidad para generar condiciones para construir acuerdos estables y consensos políticos amplios es el mayor legado político que dejara Don Cloro.

 

Su legado unitario: En toda la vida política de Don Cloro es quizá el tema de la construcción de la unidad de las fuerzas populares, sociales, progresistas y democráticas lo que más concitó su atención, esfuerzos y trabajo. Al interior de su propio partido, desde su fundación hasta 1979, debió enfrentar sucesivos procesos de fraccionamientos, quiebres y divisiones. Su entereza democrática y su convicción unitaria permitieron en 1989 acudir junto a otros liderazgos internos a la tan ansiada unidad partidaria. Don Cloro sabía que un partido popular y progresista que se propusiera realizar transformaciones sociales y políticas significativas en el país requería necesariamente de la unidad de todos sus integrantes para convertirlo efectivamente en una herramienta de lucha y de cambio para las personas. Por otro lado, Almeyda tenía absolutamente claro que sin la unidad de los demócratas era imposible devolverle a Chile su dignidad, el estado de derecho, el respeto a las personas y el prestigio ganado en décadas de funcionamiento institucional.

 

Su legado moral: El compromiso y la consecuencia política en la vida de Don Cloro emergen como elementos dignos de destacar y de reconocer. Su comportamiento político, de entrega y dedicación a sus convicciones y creencias, siempre lo situaron por sobre la media de los políticos de Chile. Figura indiscutida a la hora de alcanzar acuerdos, compromisos y para garantizar lealtad política a las materias consensuadas. En los momentos más crudos de su relegación ya sea en Dawson (1973) o en Chile Chico (1987), o durante su largo exilio, jamás se dejó doblegar, ni menos amedrentar por las dificultades, la prepotencia o la amenaza a su vida. Su conciencia social no le permitía amilanarse frente a la adversidad y sabía que su actuar constituía un acicate potentísimo para las nuevas generaciones de demócratas y de hombres y mujeres que abrazaban los ideales de la justicia, la libertad y el socialismo democrático. Cuando Don Cloro asumió su propia defensa ante el Tribunal Constitucional de la dictadura que intentó distorsionar su liderazgo político, enlodar su imagen de demócrata, acallar su voz y desdibujar sus pensamientos, ese gesto democrático fue la condena moral a toda la institucionalidad autoritaria y a los fundamentos filosóficos que la sustentaban.

  

Su legado de servicio público: La vida laboral de Don Cloro se centró básicamente en el ámbito público. Su vocación de servidor lo llevó a asumir muy tempranamente responsabilidades ministeriales en trabajo y minería. Fue un entusiasta promovedor de la organización de los trabajadores, destacando su apoyo a la creación de la CUT. También se desempeñó como diputado de la república entre 1961 y 1965. En el gobierno del Presidente Salvador Allende, Almeyda asumió las carteras de relaciones exteriores y de defensa; llegando incluso a ser Vicepresidente de la República. En toda su vida laboral nunca se alejó de las aulas y de la formación académica. Durante su exilio dictó cátedras en diversas universidades de Europa y de Latinoamérica. Con la llegada de la democracia nuevamente asumió funciones públicas, ahora como Embajador en Rusia. Al dejar la embajada se dedicó casi exclusivamente a desarrollar la docencia en distintas casas de estudios superiores. Clodomiro Almeyda fue un genuino servidor público y entendió la política como la forma más sublime y noble de servir a los más vulnerables y de generar condiciones para producir cambios profundos en la sociedad. Progresivamente fue alejándose de la política activa para así dar paso a las nuevas generaciones y para dedicarse con mayor énfasis a la docencia.

 

Su legado partidario: Don Cloro prácticamente estuvo ligado toda su vida al Partido Socialista. En sus 56 años de militancia vivió intensamente el desarrollo de la vida de su partido y medio siglo de la vida política de Chile. Contribuyó a perfilar el cuerpo y el alma de su partido, como asimismo, de la actividad política nacional. Siempre se preocupó de responder políticamente a la realidad del país y de adecuar la estructura partidaria a los nuevos desafíos y objetivos de los sectores populares. Incluso generó gran debate cuando a poco de producirse la unidad del socialismo chileno, en 1989, expresó sus aprehensiones respecto de abrir sin más el partido a las influencias ciudadanas y a los planteamientos carentes de sustentos ideológicos. Rescate y actualización del partido fue su postura. Sostenía que su partido, por los principios que guiaban su accionar, siempre sería actual y que la necesaria modernización de su estructura debía hacerse sobre la base de la identidad, de la historia y de la trayectoria construida durante todos sus años de existencia. “El Partido como lo quiero”, artículo escrito por Almeyda en 1992, señalaba más menos esas ideas y además anunciaba los eventuales “riesgos” a los que se podía enfrentar el partido y la vida partidaria si los cambios no se realizaban en forma aquilatada y con la genuina participación democrática de la base militante.

 

Clodomiro Almeyda Medina fue uno de esos personajes de la historia que supo interpretar y representar a su época, sus anhelos y sueños. Fue además un constructor de sentidos de pertenencia, de identidad colectiva y de aspiraciones políticas y sociales de cambio y de transformación. Dio lo mejor de sí por lo que creía y por lo que aspiraba. Su liderazgo político después de diez años aún es recordado. En otras palabras, fue uno de esos pocos hombres que logran conjugar armoniosamente teoría y praxis.

  

Patricio Bustos Pizarro

 

Santiago, agosto de 2007.

 Artículo publicado en el diario electrónico www.elclarin.cl, el día 24 de agosto de 2007

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