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Izquierda: Lo que el Marxismo se Llevó II

 Continuación

Izquierda: Lo que el Marxismo se Llevó II

 Antonio Cortés Terzi  

Marxismo e Izquierda moderna1.

Con el uso habitual y puramente político que se le da al término izquierda cabe aceptar izquierdas muy diversas y no necesariamente marxistas, porque, en el fondo, hoy tiende a calificarse de izquierda a toda fuerza que cumpla un par de requisitos mínimos: ser adversaria de la derecha y reclamar un rol activo del Estado en la economía y protagónico en algunas esferas de las necesidades sociales.Sin embargo, si se entiende que la izquierda es, ante todo, una cultura política crítica y opositora al sistema que históricamente impere y que, además, es un proyecto de desarrollo histórico transformador, inspirado en el ideario de construcción de sociedades que aseguren un ascendente proceso de liberalización del ser humano de las coacciones económicas y extra-económicos que impiden o limitan el despliegue de su condición de sujeto de la historia y de su efectiva individualidad, entonces, se tiene un concepto más acotado de lo que es el ser de izquierda y que incluye, a su vez, el requisito de contar con un instrumental teórico y con un ideario en los que se asienten sus críticas y proyectos de dimensión históricas.Claro está que –como sucede casi siempre en estas materias- optar por una u otra definición pasa a ser una decisión arbitraria. Cae por su peso, que aquí se opta por la segunda. Pero no sólo por una decisión legítimamente arbitraria, sino también por una convicción clave: la historia no ha llegado a su fin, por ende, las sociedades todavía incuban y alientan transformaciones de carácter revolucionario. De ahí que izquierda y cultura revolucionaria continúen estrechamente asociadas.Quiérase o no, lo difuso del empleo del término izquierda en la actualidad se debe, en gran medida, a la aceptación –conciente o inconciente- del pronóstico sobre el “fin de la historia” que, entre otras cosas, implica la hipótesis del fin de transformaciones cualitativas o revolucionarias del orden social. A partir de esa hipótesis es que se hace posible extender el concepto de izquierda desde lo que ayer se acuñaba sólo o principalmente para definir las corrientes revolucionarias hasta las corrientes que hoy ofrecen mínimos cambios en la función del Estado sin lesionar para nada las esencialidades del estatus. En definitiva, la noción de izquierda que aquí se usa se aproxima al concepto tradicional, es decir, alude a vertientes críticas y revolucionariamente alternativas al establishment, aunque el sentido y significado de lo modernamente revolucionario se distancie categóricamente de lo que por revolucionario se entendió y practicó en el pasado.2. Huelga decir que el marxismo no es ni ha sido una calificación unívoca. Por el contrario, a él se han asimilado pensamientos muy distintos e, incluso, antagónicos. Por otra parte, ninguna duda cabe que dentro de esa variada gama de lecturas ha predominado la identificación del marxismo con la versión ideologizada que de él hizo el régimen soviético y que, amén de otras perversiones, logró ocultar u opacar no sólo esencialidades de la obra teórica de Marx, sino, sobre todo, logró desterrar o minimizar, dentro de las izquierdas, la rica producción intelectual que, a partir de Marx y en contra de la vulgata marxista, fue desarrollada por escuelas de pensamiento o por personalidades intelectuales, ampliando y robusteciendo significativamente el ámbito teórico que cubre la cultura marxista inaugurada por Marx.En efecto, hoy el marxismo es bastante más que la obra de Marx, así como el cristianismo de hoy es bastante más que los evangelios. Y ese “más” no tiene nada de extraño.  Cualquier pensamiento intelectualmente riguroso y probo acepta autorevisiones y autoevoluciones y con tanta mayor razón tratándose de un pensamiento secular y que incluye el historicismo como elemento constitutivo.Por otra parte, el desarrollo del marxismo post Marx era y es un requerimiento intrínseco, puesto que quienquiera que haya estudiado la obra original sabe que es una obra claramente inconclusa. No sólo porque Marx no abordó a plenitud o sistemáticamente temas claves de  su pensamiento (el Estado, por ejemplo), sino porque ni siquiera su obra cumbre “El Capital” nunca fue terminada.    El marxismo contemporáneo, en consecuencia, no es reducible exclusivamente a los escritos de Marx y de Engels. Es una corriente de pensamiento y una escuela bastante más socializada intelectualmente, a la que se le han incorporado, en el curso del tiempo, aportes de un sinfín de grandes intelectuales, de algunos que, incluso, ni siquiera adscribieron abiertamente al marxismo, merced al predominio identificatorio que ejercía el marxismo sovietizado.Ahora bien, para mejor entender el devenir actualizado del marxismo hay que tener en cuenta dos cosas: de un lado, que en algunos escritos de Marx se encuentran ideas efectivamente obsoletas, muy en particular, aquellas que se ligan a lo que se podría definir como proyecto y programa político. Obsolescencia proclamable desde la propia lógica y concepción del marxismo de Marx. Y de otro lado, que la vitalidad y actualidad del marxismo se encuentra en sus definiciones originarias más esenciales y que se pueden puntualizar escuetamente:a) Marx funda un tipo de pensamiento analítico radical e integralmente rupturista con el dominio y hegemonía de un pasado filosófico de matrices teológicas. En tal sentido, sigue siendo la principal nutriente intelectual para el desenvolvimiento de la secularización de los pensamientos más afines a la modernidad.b) El marxismo (de Marx) se construye en un contexto histórico en el que se están fraguando las bases sustantivas y más perennes de la modernidad capitalista. Por lo mismo, surge en un entorno en el que la esencia de la modernidad capitalista se muestra al desnudo, ingenuamente, en su estado “puro”, todavía no complejizada con aditivos superfluos ni remozada con sofisticaciones ideológicas. De ahí que la comprensión y crítica de Marx a la modernidad capitalista tenga una notable profundidad y agudeza y una dimensión totalizadora. La calidad de la reflexión crítica de Marx sobre el funcionamiento y marcha de la modernidad capitalista ha sido complementada, pero no superada con el correr de los tiempos. Más aún: lo que se observa en el presente es que la reflexión crítica tiende a soslayar esencialidades y a focalizarse en ciertos efectos de la modernidad, eludiendo críticas integrales y omnicomprensivas.c) Un componente clave en la teoría de Marx y que devela una característica sobresaliente de la modernidad, se encuentra en su concepción de una historia que está en constante cambio. Hoy esa concepción pareciera estar asumida ecuménicamente. Pero, el mérito de Marx radica, primero, en explicar la tendencia al cambio como efecto de contradicciones y conflictividades socio-económicas y socio-estructurales y no como simple resultado natural del devenir o de la voluntad y acción de sujetos o elites visionarias. Y el segundo mérito estriba en que sitúa el cambio como una opción racionalmente humanista y humanizadora, esto es, una opción para que el sujeto individual y social actúe como “sujeto histórico” (humanista) y para que, comportándose como tal, pueda orientar el cambio en un sentido humanizador del devenir histórico. En tal sentido, la concepción de la historia y la “utopía” marxista son traducibles a movimientos y acciones que se engarzan orgánicamente con una conflictividad que se acrecienta con la modernidad y que es vivida cotidianamente por el sujeto individual y social, a saber, la ascendente conversión de ambos en “objetos” del devenir en circunstancias que lo moderno ofrece “técnicamente” un amplio instrumental para que el sujeto social e individual se desenvuelva más activamente en el control y conducción de su existencia privada y pública. Ese engarce de concepción de la historia y “utopía” con las contradictorias vivencias cotidianas del hombre moderno, es lo que hacen del marxismo no sólo pensamiento y proyecto político sino, también, una propuesta cultural practicable a partir de la crítica intelectual y factual de la vida rutinaria.En definitiva, entendidas en las acepciones reseñadas las categorías de izquierda y de marxismo resulta concluyente que la presencia de una izquierda de tradición marxista es una necesidad histórica, un reclamo y una proposición de la propia modernidad. El socialismo chileno después de la expulsión de MarxDesde el socialismo chileno pudo recrearse una izquierda marxista moderna. Su historia política e intelectual se prestaba como sustento y antecedente para reformular una izquierda no comunista, actualizarla y proyectarla como pensamiento crítico y como propuesta política de conducción alternativa de la modernidad. Y también ayudaba a esa posibilidad de recreación el hecho que el socialismo, a principios de la década de lo noventa, reunía en su seno a partidos, fracciones, grupos de intelectuales y de personalidades que cubrían virtualmente todo el arco de vertientes políticas y político-culturales que había conformado hasta ese entonces la pluralidad de la izquierda.Pero no ocurrió así. Culturalmente –como se dijo- el socialismo siguió un camino de abandono del marxismo. Un camino en sordina, paulatino, multifacético (pero, por senderos convergentes), pragmático, factualista, etc.En los comienzos fue un proceso que tuvo una argumentación atendible: despojar del  socialismo los vestigios de un marxismo vulgarizado y de incorporarle lecturas marxistas o filomarxistas más actualizadas y surgidas a propósito de los conflictos modernos. Pero pronto se extendió más allá de esos objetivos y, lisa y llanamente, dejó de ser un proceso encauzado hacia la reconstrucción de un pensamiento de tradición marxista. Y lo que es peor, dejó de ser un proceso para transformarse en una marcha intelectualmente “caótica” de desprendimientos de la tradición cultural marxista y de afiliaciones intelectuales sujetas a una suerte de libre albedrío.Ahora bien, ¿qué fue lo que, con su expulsión, el marxismo se llevó del socialismo en tanto fuerza de izquierda?En primer lugar, el socialismo dejó de ser la cultura política categóricamente secular y racional-estructuralista que era por antonomasia. Impronta que, obviamente, provenía de la tradición marxista. Por cierto que perviven algunos visos de esa tradición, pero amalgamados y, en el mayor de los casos, subsumidos por pensamientos de idealidad liberal y, en menor escala, de idealidad cristiana. En lo que respecta a la esfera de la política predomina un difuso pragmatismo, derivado de una ciencia política formalista y elitaria, cuyos orígenes más remotos innegablemente se encuentran en el siempre injustamente satanizado Nicolás Maquiavelo. Escuela que, en el fondo, razona la política como mecánica de acumulación y reproducción del poder a partir de liderazgos y cuerpos elitarios.Dada la pérdida o debilitamiento del pensamiento secular y racional-estructuralista, el socialismo chileno ha mermado su calidad analítica y de comprensión de los fenómenos modernos, crecientemente causados, precisamente, por la secularización intrínseca a la modernidad. En pocas palabras: el socialismo no cuenta hoy con un discurso y un instrumental teórico propio y de alcance político-histórico. En segundo lugar y en virtud de lo anterior, el socialismo chileno ya no representa un rasgo histórico característico de la condición de izquierda: su agudeza crítico-racional de lo sistémico, que, enfáticamente, no es lo mismo que la denuncia moral de injusticias sociales. Su mezcla de pensamientos sacados de la idealidad-liberal (incluso de los más radicalizados), del idealismo cristiano y con vestigios de la tradición marxista conlleva a la neutralización de una lógica crítica severa. Así, por ejemplo, el socialismo critica acerbamente el “modelo neoliberal”, pero es extremadamente cauteloso en lo que se refiere a la crítica del sistema capitalista, como si el primero fuera un otro sistema y el segundo no encerrara dinámicas históricamente “irracionales” y contradictorias.En tercer lugar, el socialismo ha perdido su visión totalizadora, holística de la realidad, y con ella ha perdido capacidad para aprehender a cabalidad la médula o síntesis de la conflictividad “revolucionaria” moderna. Lo primero, porque no puede (y no se atreve) a establecer una crítica sistémica integral. Ergo, mira y critica disociadamente la realidad. Y lo segundo i) porque su mixtura de pensamientos, la yuxtaposición de concepciones le impide definir esencialidades y ii) porque ya no está en su mente el papel históricamente revolucionario que desempeña el conflicto y la contradicción social. Esto último constituye un asunto clave, pues subyace en los tres puntos anteriores. La renuncia a la teoría de Marx fue acompañada o quizás precedida de la renuncia a la voluntad por el cambio revolucionario. Esa voluntad, movida por un imaginario social, es consustancial al pensamiento de Marx y lo que impele al marxismo a una constante y radical interrogación del desarrollo de la sociedad capitalista con énfasis en las contradicciones y en el devenir de tendencias que sugieren la posibilidad del cambio revolucionario. Sin ese imaginario y voluntad no es imprescindible, para la acción política, ni las miradas holísticas ni el develamiento de conflictividades esenciales que promueven y le dan racionalidad al imaginario del cambio.En cuarto lugar, el socialismo ha sido afectado por un auto menoscabo de los procesos históricos protagonizados por la izquierda y que incluye una subvaloración de su propia historia. Su alejamiento del marxismo, casi inercialmente, lo llevó a un alejamiento de la historia político-concreta de los movimientos sociales y políticos inspirados en el marxismo y a los cuales se les debe una buena parte de los procesos que convergen en la configuración del progreso social que muestran las sociedades modernas. Tal vez por alejarse de los socialismos reales terminó alejándose también del rol jugado universalmente por las izquierdas en materia de sufragio universal, derechos de la mujer, libertades públicas, jornada laboral, sistemas públicos de servicios básicos, etc. Renunciación que no sólo implica una pérdida de fuentes de aprendizaje y de identidad, sino, sobre todo, una pérdida de orgullo colectivo en una cultura política que tuvo sentido de ser sujeto político-cultural histórico.  En quinto lugar, el socialismo ya no cuenta con una “ideología de masas” ni con un discurso reivindicativo de la dignidad y función histórica de las masas que le permita, como otrora, articulaciones orgánicas con los espacios masivos. El marxismo, aun en sus versiones más simplistas, desempeñó el papel de “ideología de masas” –por ende, de afirmador de personalidad de los “subalternos”-, particularmente, por su valoración –a veces, hasta mitificada- del trabajo y del trabajador. Sin “ese” marxismo, el socialismo no ha reconstruido un discurso distinto al de otras culturas políticas para vincularse a lo masivo y, en especial, al mundo del trabajo, con lo cual ha dejado de ser una cultura masiva y orgánica a lo popular.En sexto lugar, salta a la vista, con todo lo señalado, que –ajeno a la tradición marxista- el socialismo dejó de ser una “filosofía de filósofos” y un “sentido común” (Gramsci), es decir, dejó de ser un pensamiento estructurado como tal e integralmente competitivo con las concepciones del estatus y del conservadurismo y, a su vez, un pensamiento culturalmente expansivo y capaz de influir, desde su “autonomía” y particularidad”, en la conformación de ideas, valores y conductas de una cultura “nacional-popular”.Precisiones finalesLas precisiones que se formulan a continuación están motivadas porque lo dicho hasta aquí no sólo es naturalmente polémico, sino porque, además, muchos de los puntos tratados requieren de una exposición más amplia, pero que rebasaría los márgenes de un artículo. En tal sentido, las precisiones apuntan a aclarar algunos de los aspectos que pudieran inducir más fácilmente a confusiones.1. El abandono del marxismo de parte del socialismo contemporáneo está íntimamente ligado a la renuncia del socialismo como teoría y ambición revolucionaria. 2. La modernidad en sí no cancela ni el devenir ni las características de procesos acumulativos de contradicciones y de proceso que potencialmente empujan hacia cambios sociales radicales.3. Las dos premisas anteriores validan la vigencia de pensamientos, ambiciones y proyectos revolucionarios, ergo, validan la existencia de una izquierda en su connotación tradicional. El socialismo, al renunciar a la aspiración revolucionaria, se marginó del significado tradicional del ser de izquierda.4.  A partir de esta última situación es que, consecuentemente, el socialismo se aleja del marxismo y de conductas políticas que busquen, como hogaño, identificarse cultural y políticamente con fuerzas sociales orgánicas tras el afán de construir actores sociales para el cambio.5. Sin marxismo (o sin una teoría crítico-revolucionaria), el socialismo se erige en un pensamiento difuso (o, más bien, en un discurso puramente político) y que se nutre eclécticamente de las versiones más “progresistas” del liberalismo y de corrientes humanistas de la cultura occidental y cristiana “oficial”.6. Desde esa posición intelectual, el socialismo ya no compite por ganar espacios hegemónicos desde un “sentido de escisión”, de ruptura con los cánones intelectuales e ideológicos del estatus.7. La “dimensión cultural de la política” (Lechner) pierde, considerablemente, gravitación en el accionar socialista, puesto que no pugna con nadie desde un “sentido de escisión” y tampoco pone especial interés en recrear cultura-política “popular”. Y ello, básicamente, porque es una fuerza política que ha optado por situarse a la izquierda del centro y por no identificarse con formas de rupturismo.8.Cuando se habla aquí de cambio social revolucionario, se está lejos de evocar la idea y modelo de revolución consagrado, especialmente, en el siglo XX. Se alude, en realidad, a un cambio social radical que resulta de procesos y movimientos histórico-racionales y que pueden asumir formas de realizaciones extremadamente variadas e inéditas, entre otras cosas, porque se trata de cambios imbuidos en patrones dictados por la modernidad.9. Tampoco la conflictividad contradictoria, que se supone torna históricamente necesario y viable el cambio revolucionario moderno, puede ser leída en referencia a los dramas que inspiraron las viejas revoluciones. También, en este caso, el entorno analítico es la modernidad. Y en ese plano, lo que aquí se sostiene como hipótesis es que la contradicción o contradicciones esenciales se hallan sintetizadas en la esfera de lo político-cultural, que es en donde convergen –en cuanto a expresión y expresividad- las contradicciones de las esferas socio-económicas y estrictamente políticas. 10. Para la valoración que aquí se hace del marxismo o, más en rigor, de la tradición marxista, se tiene en cuenta, antes que todo, lo medular de la obra de Marx y, luego, la inmensa cantidad de pensadores (“formalmente” marxistas o no) que han contribuido al desarrollo de un tipo de razonamiento distinto, independiente y contrario a la idealidad y teologismo que predomina en la cultura occidental y cristiana.ConclusiónAbreviando en extremo, una de las conclusiones más importantes que se pueden extraer de lo que “el marxismo se llevó” con su expulsión es que dejó un inmenso vacío en la izquierda del arco político-cultural, vacío que está siendo llenado por muy precarios y reactivos movimientos emergentes –de los que Chile no tiene garantía de exención-, pero que han tenido el mérito de reponer la necesidad histórica de que las sociedades cuenten con una izquierda moderna que pugne por darle sentido y orientación a una modernidad que dejada a su inercia –como está siendo dejada por las derechas, centros y ex izquierdas- amenaza con transformarse en un nuevo y temible Leviatán. Sin izquierdas sucesoras del racionalismo-estructural, ineluctablemente la resistencia contra ese nuevo Leviatán quedará en manos de movimientos rebeldes y revolucionaristas de dudosa racionalidad moderna, como ya está ocurriendo en América Latina.

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