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Concertación: entre olvidos, renuncios y temores

Desde hace algunos meses la Concertación muestra un rostro que no es fácil de reconocer para quienes conocen de su historia y de su trayectoria como coalición electoral, política y de gobierno. Es más, tampoco lo es para quienes han nacido y crecido en el período en que ha gobernado Chile.  Todo parece indicar que la Concertación, en tanto proyecto político de transformación democrática para el país, navega entre olvidos, renuncios y temores.  Efectivamente, cada vez emergen con mayor frecuencia y vigor las diferencias, las disputas y “los conflictos” en la coalición política que respalda al gobierno de la presidenta Bachelet. Es común encontrar en los medios de comunicación descalificaciones, amenazas de quiebre, llamados de atención y airados reclamos por las posiciones y opiniones políticas que los distintos liderazgos partidarios entregan a la opinión pública acerca del país, del gobierno y de la vida en coalición. Es curioso, por decir lo menos, que la coalición política más amplia y pluralista del país, de mayor éxito electoral en la historia política chilena y que ha conducido a Chile hacia su integración a diversos procesos de globalización mundial, con no menos costos sociales  para la ciudadanía, para la calidad de la democracia, para la legitimidad del sistema político y para el tipo de desarrollo y crecimiento adoptado por sus autoridades, se encuentre enferma o en abierto proceso de agotamiento de su proyecto político. Un buen ejercicio político consistiría entonces en preguntarse por las posibles razones que han llevado a la Concertación a tal situación y a partir de ellas tratar de buscar posibles respuestas que contribuyan a explicar el fenómeno de su agotamiento en tanto instrumento político de mayorías. Un antiguo docente universitario sostenía que siempre resulta positivo para los partidos políticos, coaliciones y sus dirigentes revisar la historia, releer a los clásicos y mirar analíticamente el pasado cuando éstos entran en ciclos de crisis que pueden llegar a afectar su identidad o sus proyectos históricos. Si esto es así, entonces todo parece indicar que un prolongado desapego con la historia y su pasado generaría pérdida de sentidos de pertenencia, de comunidad de propósitos y de compromisos con los principios y valores que inspiraron en su momento la acción política. 

El olvido de la propia historia

Quizá una primera razón que puede ayudar a explicar el fenómeno que afecta a la Concertación se refiere al olvido de su propia historia. Parece que es así porque muy pocos aún recuerdan que un día 02 de febrero de 1988 se conformó la Concertación de Partidos por el No, antecesora de la actual coalición política gobernante.  ¿Alguien recuerda cómo se celebró en el año 2006 la fecha más emblemática y significativa para los que lucharon por la recuperación de la democracia para Chile? El 05 de octubre fue un simple y casi inadvertido acto en la agenda del gobierno y de los partidos políticos que lo apoyan. La historia construye sentido de identidad y de pertenencia. El olvido generado es complejo porque la Concertación es depositaria de un capital político-histórico de proporciones inimaginables para la democracia y su futuro. Las luchas, los acuerdos y los aprendizajes desarrollados durante la dictadura deberían transformarse en el cemento y el bálsamo a partir de los cuales reafirmar las confianzas, las lealtades y los compromisos políticos en la Concertación. Sólo olvida el que no tiene nada por que luchar.

Los acomodos y renuncios

Los acomodos y “renuncios” en los que ha caído la Concertación y algunos de sus dirigentes también puede ser una de  las claves para entender el fenómeno actual que la afecta. En 1990 la Concertación se propuso un conjunto de reformas al régimen político autoritario y prometió revisar gestiones de la dictadura que significaron cuantiosas pérdidas  para los intereses del Estado y de la ciudadanía. Nadie desconoce los enormes esfuerzos realizados y los avances alcanzados en materia de normalización democrática, respeto a los derechos de las personas, apertura de Chile al exterior, inserción internacional y en algunos aspectos de carácter social y cultural, pero éstos últimos claramente son insuficientes. Se entiende que gobernar implica también ceder en legítimas aspiraciones y consensuar materias para lograr ciertos objetivos. También es sabido que sin mayorías políticas es poco probable avanzar todo lo que se quisiera. Sin embargo hay aspectos que no pueden ser dejados de lado, pues afectan directamente a la identidad y al proyecto político que los sustenta. Revisar el proceso de privatizaciones de empresas públicas, cambiar el sistema binominal, establecer la institucionalidad del Defensor del Pueblo, instaurar la iniciativa legal ciudadana, modificar el sistema de distribución del ingreso, entre otras muchas cosas, han sido dejadas de lado, en espera de mejores vientos. En estas materias, tanto los gobiernos de la Concertación como los dirigentes de los partidos han contribuido por acción o por omisión a “renunciar” a demandas altamente sensibles para un número importante de sus adeptos. Un ejemplo, cuando en los inicios del gobierno del Presidente Aylwin se renuncia a la movilización social -estrategia utilizada por la oposición para enfrentar a la dictadura durante los años ochenta- se hipoteca seriamente el rol y la participación de la ciudadanía en el proceso de construcción democrática del país.   En este sentido, todo parece indicar que las lógicas de poder que el modelo económico y el sistema político han generado, y que la clase política ligada a la Concertación ha asumido con comodidad y sin mayores cuestionamientos, producen más utilidades y beneficios que aquellos que se obtendrían si ambos  (modelo y sistema) fueran cambiados.

Los temores al cambio

El injustificado temor presente en algunos actores políticos de la Concertación ha dificultado el surgimiento de condiciones que favorezcan el debate e intercambio de ideas para enriquecer y actualizar el proyecto político. Cada vez que se plantea la necesidad y conveniencia de ampliar el horizonte programático y de introducir nuevos temas y desafíos surgen posiciones que “amenazan” con quiebres, con rupturas, con divorcios y con separaciones en la coalición gobernante.

Junto con las lógicas de poder en juego al interior de todos los partidos, se recurre al manoseado discurso de los “temas valóricos”, que más que dividir ideológicamente a los concertacionistas, ponen de manifiesto el temor de algunos a abrir las ventanas y las puertas para que entre aire fresco. La riqueza política y cultural de la Concertación está en la diversidad y pluralidad de fuerzas, visiones, propósitos y personas que convoca.

Es sabido que en algunas esferas del oficialismo dirigente existe resistencia y en otros temor a abrir espacios de reflexión y de discusión sobre temáticas que cuestionen los pilares estructurales del modelo económico y del sistema político. Al interior de los partidos los liderazgos administrativos que los han dirigido –unos más otros menos- han  contribuido a generar en su militancia una suerte de “apagón ideológico-cultural”. Las disputas por los espacios de poder resultan más relevantes que las discusiones de ideas, de propuestas y de  construcción de nuevos proyectos políticos.

Al parecer resulta más atractivo administrar el status quo que conducir procesos de discusión y debate político que nutra a los partidos de nuevas fuerzas y convicciones para influir sobre la ciudadanía con el fin de promover transformaciones estructurales. De tarde en tarde es convocada la militancia a participar de verdaderas liturgias partidarias que buscan generar opinión más bien mediáticas sobre aspectos ideológicos y programáticos que acciones e iniciativas reales de cambio.

Refundar la Concertación

Es cierto, la Concertación muestra síntomas de enfermedad y vive momentos complejos, pero claramente no se encuentra en su fase terminal. La muerte de Pinochet señaló el término de una época y el inicio de otra. La sociedad chilena ha cambiado y quizá ahora sea el momento más oportuno para adecuarse a esos cambios. Modernizar las estructuras partidarias, repensar los proyectos partidarios y el sistema de partidos políticos; actualizar el proyecto político-histórico de la Concertación y orientarlo hacia una transformación progresista para Chile, transformar el Estado Subsidiario y centrarse en la construcción de un Estado de Bienestar Social; cambiar el modelo de crecimiento económico imperante por uno que centre la mirada en el desarrollo armónico del país y de sus habitantes, son temáticas que buscan ser discutidas con altura de miras y con perspectivas de futuro. Para muchos la refundación de la Concertación surge como algo casi evidente. Se requiere de una nueva Concertación para respaldar decididamente a la Presidenta Bachelet y para hacerse cargo de los nuevos desafíos y temas que inquietan a los chilenos. Nuevos liderazgos deben complementarse con los existentes para fijar una nueva comunidad de propósitos, aspiraciones y sueños; tal como ocurrió cuando un día 02 de febrero de 1988 las fuerzas democráticas opositoras fundaron la Concertación de Partidos por el No.

Patricio Bustos Pizarro

Santiago, miércoles 31 de enero de 2007

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