La DC: ¿arrastrando el poncho?
Está en una situación complicada y difícil. Y eso explica y hace comprensibles conductas que no siempre son las mejores ni para la Concertación ni para el Gobierno. Lo malo está en que tampoco, a veces, esas conductas le sirven a ella.
24 de octubre 2006
24 de octubre 2006
Antonio Cortés Terzi
Poco importa lo que se diga y poco importa cómo, en realidad, se sucedieron los hechos, lo cierto es que la abstención de Chile en el asunto de la elección del Consejo de Seguridad de la ONU fue percibida como una imposición del PDC. Y ocurre así no sólo por el tono y exceso de declaraciones y de gestos de ese partido al respecto -cuyo summun fue la suerte de ultimátum de Gutenberg Martínez- sino, principalmente, porque la propia DC se ha encargado de dar la imagen de estar en una constante búsqueda de medición de fuerzas al seno de la Concertación y de dejar sentadas sus diferencias, incluso, con la Presidenta. En tal sentido, si bien la abstención pudiera sumarse como un “éxito” a la estrategia diferenciadora, también habría que agregarla a la lista de eventos que dejan la impresión de un partido que “anda arrastrando el poncho” y “armando roscas” en aras de reperfilar su identidad. La DC está en una situación complicada y difícil. Y eso explica y hace comprensibles conductas que no siempre son las mejores ni para la Concertación ni para el gobierno. Lo malo está en que tampoco, a veces, esas conductas le sirven a ella. Por el contrario. De hecho, hay en la DC una actitud o lógica general que resulta paradojal: reclama y pide a sus aliados y al gobierno comprensión y colaboración para superar las dificultades y las amenazas políticas y político-electorales que enfrenta, pero fácilmente se deja llevar por la tentación de jugar rudo con los unos y con el otro. La DC debería entender que la transversalidad concertacionista que existía y que tanto ayudó a salvar conflictos internos y a equilibrar las fuerzas de la Concertación se encuentra en extinción y en un estado muy feble. Y debería entender también que es ella la que hoy más requiere de reconstruir algún tipo de transversalidad que emule la preexistente. Necesidad que surge porque la relación institucional entre partidos no basta para los efectos de manejar discrepancias y competencias; porque es un mecanismo que tiende a resguardar lo más armónicamente posible los intereses de cada colectividad al seno de la Concertación, y porque la transversalidad le abre espacios “igualitarios” a los partidos o dirigentes partidarios para lucir mejor sus cualidades de conducción y articulación del bloque y con independencia de sus respectivas y circunstanciales fuerzas electorales y de representación parlamentaria. Pero muchos de los actos de la DC -como se dijo- operan como obstáculos para recomponer transversalidades, lo que de por sí es un propósito difícil de realizar porque, entre otras cosas, desagrada a fracciones de la Concertación que, de facto y curiosamente, conforman una suerte de transversalidad “anti-transversalidad”. Sectores importantes y protagónicos del PDC visualizan la situación partidaria como enrumbada hacia una “crisis catastrófica” y tienden a reaccionar con alarma, angustia y enojo, improvisando respuestas con fuerte carga emotiva o con estratagemas coyunturalistas incongruentes a una estrategia racional y viable de reposicionamiento del partido. No teman -habría que decirles- el 2009 no es el año del “fin de la historia”. Lo que a la DC le cuesta aceptar son dos axiomas: primero, que ningún partido puede ser eternamente la primera fuerza de un país y el eje conductor de una alianza y, segundo, que la pérdida de esas condiciones no conlleva fatalmente a una “crisis catastrófica”, aunque sí implica redefiniciones sustantivas en una amplia gama de campos y el reacomodo político-estratégico en virtud de la fuerza que efectivamente se tiene. Por otra parte, la DC debería entender que su situación está inmersa en procesos que cubre a las partes y al todo de la Concertación. Proceso que, en lo esencial, se refiere a necesidades y movimientos que impelen a una reidentificación, actualización y rearticulación de la centro-izquierda chilena. Por consiguiente, no está cerrada la competencia por la hegemonía político-cultural al seno de las corrientes que conforman esa centro-izquierda. Y, probablemente, el núcleo (sea partido, fracción, grupo, etc.) que mejor se desempeñe en ese proceso y que alcance los mayores espacios de hegemonía político-cultural dentro de una renovada centro-izquierda, será también el que, a la postre, reciba los mayores réditos políticos y político-electorales. Tal vez sea hora que la fuerte aspiración y vocación de la DC por representar al centro la vuelque a esfuerzos por ser centro gravitante en el plano político-cultural del proceso de recreación de la centro-izquierda. Claro, a esa función y finalidad no se llega “arrastrando el poncho”.
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