Concertación: El retorno de los salmones
autor Patricio Bustos Pizarro
domingo, 16 de diciembre de 2007
Todo partido político o coalición de partidos que olvide o se despreocupe de generar efectivamente procesos destinados a
la formación, promoción y proyección de nuevos liderazgos internos y/o a la cooptación de dirigencias emergentes en el
mundo social, experimentará su paulatino anquilosamiento, su creciente pérdida de sensibilidad y de influencia sobre
la ciudadanía; viéndose inevitablemente obligado a recurrir a antiguas y desgastadas dirigencias y liderazgos para
asumir nuevas tareas y desafíos.
Sin cuestionar las capacidades, las experiencias, las trayectorias, los liderazgos, los aportes y la credibilidad de algunas
de estas dirigencias, es del todo entendible para los estudiosos de los procesos políticos y societales que frente a
situaciones de conflictos o de ausencia de acuerdos y de conducciones consistentes, los partidos y/o las coaliciones
convoquen a sus líderes; particularmente a aquellos que en determinadas coyunturas realizaron un trabajo exitoso o
contribuyeron significativamente a resolver dificultades existentes.
Sin duda que el retorno de los antiguos liderazgos políticos es entendible y lógico para los estudiosos de las crisis políticas,
gubernamentales y particularmente de las sociedades en transformación, sin embargo la ciudadanía, dependiendo de las
realidades específicas de cada sociedad, tiende a percibir y a elucubrar otras cosas: ausencia de voluntad para
favorecer la renovación política, repetición de liderazgos y personalidades, mantención de cuotas de poder, oligarquización de
la política, perpetuación en los cargos públicos, construcción de redes de influencia y de acceso al poder, entre otros
ejemplos.
En términos generales, los procesos de retorno al poder de los liderazgos antiguos puede obedecer a tres cosas:
Primero, a que se requiere de la experiencia, de la credibilidad y de la capacidad de construir acuerdos políticos estables
para resolver positivamente los períodos de crisis y de incertidumbre. Segundo, a que los liderazgos antiguos de algún
modo tienden a constituirse en depositarios o simplemente encarnan los sueños y anhelos más genuinos de progreso,
de desarrollo, de justicia y de libertad existentes en los distintos sectores e intereses que se agrupan y que conviven en
una sociedad. Tercero, a que es preciso incorporar liderazgos políticos fuertes para generar procesos políticos inclusivos,
de unidad centrípetos y desarrollo de dinámicas de gestión que permitan recuperar la iniciativa política y reposicionar a
las elites en el poder, con el fin de mantenerlas en él.
De ahí entonces que no es correcto diabolizar a quienes pretenden mantenerse en el poder. No tiene nada de
condenable ni menos reprochable. Muy por el contrario, el célebre hombre público del renacimiento italiano, Nicolás
Maquiavelo, lo señalaba en su conocida obra “El Príncipe”. Sostenía que el príncipe (autoridad, liderazgo,
etc.) debía acceder al poder, acrecentarlo y mantenerse en él. Con tal máxima política se inauguraba lo que hoy
podemos denominar la filosofía política moderna. Efectivamente, han transcurrido prácticamente quinientos años y tal
planteamiento continúa vigente, sólo que la mantención de los liderazgos en el poder, ya sea en los partidos, en el
gobierno o en el parlamento, depende básicamente de la opinión y decisión de los militantes y de los electores, es decir,
de los ciudadanos que participan en el desarrollo de las instituciones y de las sociedades democráticas. En definitiva, la
verdadera alternancia en el poder depende exclusivamente de los ciudadanos y no de las elites políticas.
La insuficiente renovación en y de las elites políticas partidarias, parlamentarias y gubernamentales en Chile es más que
evidente y así lo demuestran algunos estudios realizados por importantes entidades académicas y centros de
investigación de la realidad político-social del país. En efecto, desde el golpe de estado de 1973 hasta la recuperación de la
democracia en marzo de 1990, hubo un mínimo de renovación y de cambios en los liderazgos políticos de las estructuras
partidarias y en las autoridades que luego asumieron responsabilidades públicas, tanto en el gobierno como en el
parlamento.
Desde el punto de vista de la politología, la escasa renovación de liderazgos en las elites políticas chilenas, entre 1973 y
1990, puede entenderse y hasta justificarse por el cúmulo de restricciones establecidas por la dictadura para desarrollar
la actividad política partidaria opositora, por el exilio obligatorio que afectó a numerosos liderazgos y por las condiciones
en las que la política de partido fueron vivenciadas en clandestinidad.
No obstante lo señalado, entre 1973 y 1990, sólo los sectores vinculados política, económica e ideológicamente a la
dictadura experimentaron procesos significativos de recambio y de renovación de sus elites políticas, de sus dirigencias y
de sus liderazgos internos. Un importante número de estos nuevos líderes de derecha comenzó a incorporarse a la
actividad pública en 1990 (parlamento) y en 1992 (municipios) y se ha prolongado, cada vez con menos fuerza, hasta la
última elección presidencial y parlamentaria del 2005.
Los partidos del sistema político chileno no han logrado impulsar procesos efectivos de renovación respecto de sus elites
partidarias, de sus dirigencias y de sus liderazgos internos. Quienes han planteado en algunos momentos la tesis de
“continuidad y cambio”, finalmente han desechado el cambio y han optado por la continuidad; cuestión que
El Clarín de Chile
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les permite mantener sus cuotas de poder y sus influencias dentro del sistema.
En los últimos siete años han surgido varias iniciativas al interior de los partidos que han buscado generar procesos de
recambio de liderazgos en las conducciones partidarias y en el gobierno. Nuevos rostros, líderes, ideas, dinámicas de
conducción, de gestión y de procesos de construcción de acuerdos políticos aparecen como una justa y necesaria demanda
de parte de la ciudadanía. Incluso a nivel de cargos de representación popular (parlamentarios, alcaldes, concejales) es
conveniente fijar límites para las reelecciones.
Pese a los esfuerzos realizados por algunos sectores, tanto de gobierno como de oposición, más ha podido la
institucionalidad heredada de la dictadura (Constitución política, sistema electoral binomenal, votación obligatoria, etc.) que
la aspiración que busca revitalizar y profundizar la democracia. Es sabido que la actual institucionalidad del país ahoga la
democracia y restringe la efectiva participación de la ciudadanía. En consecuencia, se trata de airear el sistema político o
dejarlo fenecer por senectud, anquilosamiento progresivo o simple desafectación ciudadana.
Es paradojal, pero todo parece indicar que el actual cuadro que presenta la institucionalidad política del país resulta
propicio para los partidos de la Concertación; y por cierto también para los de oposición. Existe un universo electoral
cautivo, que más allá de las abstenciones, los nulos y los blancos, tiende a elegir con cierta regularidad a los mismos
de siempre. De ahí entonces que nadie quiere cambiar el traje con el que se siente cómodo.
Por estos días se ha hecho más tangible la ausencia de nuevos liderazgos y dirigencias en la elite política nacional. El
retorno de Francisco Vidal parece ser la antesala del regreso de varios que en estos dos años han permanecido en los
claroscuros de la política, a la espera de una oportunidad y con deseos de recuperar protagonismos, influencias o
simplemente cuotas de poder.
En los partidos de gobierno ocurre algo parecido. Un cansino Eduardo Frei ha manifestado su disponibilidad para asumir
nuevamente la conducción de la DC y desde ahí proyectarse como posible candidato de la Concertación. La senadora
Soledad Alvear también ha expresado su intención de “repetirse el plato” en la conducción del partido.
En el PS ocurre algo muy similar. Los preparativos para el congreso de marzo de 2008 y para las elecciones internas así
lo demuestran. Seguramente el senador Camilo Escalona intentará mantenerse en las primeras filas de la dirección del
partido mientras otros agrupamientos internos buscarán construir una alternativa de conducción, de liderazgo y de gestión
partidaria que rompa las lógicas y dinámicas obsecuentes y excluyentes instaladas durante su conducción. Es más, ya
se anuncia el eventual regreso de José Miguel Insulza a Chile y a la política partidaria.
Recordemos que recientemente en el PRSD fue electo el senador José Antonio Gómez. En tanto en el PPD, sin duda las
próximas elecciones serán algo más tranquilas y seguramente sus liderazgos y dirigencias propenderán a la unidad
partidaria, al fortalecimiento del partido y a obtener una mayor presencia en las elecciones municipales del 2008 y en las
parlamentarias del 2009, sin que ello signifique necesariamente renovar los liderazgos y las dirigencias internas. La
oposición interna prácticamente fue inducida a dejar el partido, y por tanto, a construir alternativas políticas fuera de sus
filas.
En los partidos de derecha la democracia interna no deja de ser una noble aspiración de sus militantes. Tanto en RN
como en la UDI las opiniones que buscan ampliar los márgenes de representación interna y el surgimiento de nuevos
liderazgos rápidamente suelen ser neutralizados y acallados. Es conocido que en los últimos diez años el ejercicio del
poder ha rotado entre las mismas elites partidarias.
De ahí entonces que llame la atención el retorno de Francisco Vidal al gobierno, no sólo por cuestiones coyunturales, sino
porque ello sería la prueba palpable de la falta de voluntad por generar las condiciones necesarias para renovar los
liderazgos, las dirigencias y los estilos de hacer política de las elites, tanto en los partidos como en el gobierno.
En consecuencia, Francisco Vidal vendría a representar el retorno de los salmones a su lugar de origen, no sólo con el fin
de cumplir un ciclo, desovar y así prolongar a las actuales elites políticas en el poder, sino para asegurar que los
eventuales recambios de generaciones de liderazgos y de dirigencias conserven el ADN y la impronta de una generación
de políticos que, en términos generales, declaró querer cambiar las injusticias del sistema y terminó enamorándose de
sus supuestas virtudes.
Patricio Bustos Pizarro
Santiago, diciembre 16 de 2007
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